viernes, 4 de enero de 2008

LA PATILLA CANTARO DE AGUA DULCE

Sandía vigía_Arturo Montoto

Firmemente cremos que hombre y naturaleza constituyen una unidad viviente, dos caras de una sola vida. Con esta unidad, el hombre empezó a componer su historia humana, donde él era su autor y protagonista principal. Empezó con mucho entusiasmó, y como testimonio nos dejó su presencia en vasijas, monolitos, menhires, tumbas y monumentos sobre la tierra. Y desde esos tiempos remotos, a través de señales nos sigue hablando sobre su grandeza inicial. ¿Qué le habrá pasado a este hombre? ¿Por qué no continuó su historia? ¿Por qué la cambia? Lo cierto es –la historia actual lo confirma con crudeza- que rompió esta unidad: ¡y de que manera lo ha hecho!. Y desde esta ruptura, dividiéndose en clases, caudillos y mesías, compuso la actual historia. Una historia ajena, que lo coloca frente a una ventana para que solo mire la desfiguración de su otra cara -la naturaleza- y de si mismo. Ahora, OTRA VENTANA, la de "elpajaroamarillo", se abre, no solo para mirar y entender el mundo, sino fundamentalmente, para desde aquí contribuir con este entendimiento, con el conocimiento creado, a transformarlo, volver a unir sus dos caras en la ancestral unidad, en una sola vida: un asiento de hombres libres...¡y que vuelva ser feliz, satisfecho consigo mismoi!




Y en este otro lenguaje, lo afirmámos:


La Patilla o Sandía/
cántaro de agua dulce/

Flor nací/
de padre verano/
de lluvia/
y madre Tierra/







Seguí creciendo/
y a fruta jugosa/
tinaja de agua/
llegué…/
Y alcancé/
tú sed/




¿Cómo vino al mundo la Patilla o Sandía?
Antes no era solo fruta vegetal.
Era simplemente un corazón
Si, como lo oyes
!un simple y hermoso corazón!
Y del fruto corazón
nació la patilla fruta.


















¿Quieres que te cuente este Cuento? Pero una advertencia. Este Cuento no es para el niño, porque él ya sabe cómo nace la patilla. Fue un niño quien hizo la siembra. Es al hombre, a éste de hoy, a éste que llaman “adulto”, y más tarde, “viejo”, muy "ocupado" desde hace siglos en “cosas importantes”, que poco tienen que ver con lo humano verdadero, a quién le cuento este cuento. Hace mucho…, hubo un tiempo… ¡sepan ustedes que yo presencié este hecho, este nacimiento! Les decía que hubo un tiempo, un Hombre que vivía ocupado en la atención a sus congéneres: ¡les “vendía” Corazones! Pero no era una “venta” para recibir dinero, de esas que hoy hacemos. No, no era este tipo de venta. El les entregaba corazones y la gente le “pagaba” con puro amor y sonrisas. Los corazones los llevaba dentro de un gran mapire, cargado a su espalda, y tejido con sus propias manos. Salía a su querida “venta”, bien de mañanita, entre ese pequeñito espacio donde el alba despierta a la aurora con un beso para que el Sol salga a su jornada matutina, con su gigante saco a cuesta, cargado de luz, rocío y arcoiris. Y sepan ustedes, que es con esta luz, rocío y arcoiris con los que el Sol, en su gran paseo por el Universo, hace las estaciones de nuestras vidas: la primavera, el otoño, el verano y el invierno, ¡el invierno! con su hija Lluvia. Y todo el día lo pasa cantando: “vendo corazones, vendo corazones”... A la tarde, ya viniendo la noche, cuando el Sol en ocaso amarillo espléndido, regresa a palacio, el Hombre también vuelve, satisfecho, al descanso de su casa. En esta diaria tarea, lo acompaña su pequeño hijo, un niño de ensortijada cabellera oro con la que el viento juega desde su cuello a su frente. Y siempre con un silbido, como sonata de flauta, acompaña la jornada. Todos los días los habitantes de la comunidad quedaban surtidos de corazones. Y todo era alegría.Con el correr del tiempo este hombre se hizo el “abuelo”, y a quién todos esperaban a las puertas de sus casas para recibir su Corazón. Pero, la comunidad, en comunión con la naturaleza, creció mucho. Entonces, había que multiplicar más los corazones. Y el abuelo se hizo muy viejito, con espesa barba blanca Una madrugada fresca, no había aún despertado el alba, el abuelo viejito, despertó a su adorado hijito: ¡Hijo querido, hoy no puedo ir al trabajo, a “vender” los corazones! ¡Ve tú, y esmérate más aún en la entrega, y luego regresa al descanso, como siempre lo hemos hecho! ¡Yo tengo que partir a mi morada final, allá entre las estrellas, en medio de las constelaciones Orión y Andrómeda. Desde allí yo te veré y siempre estaré contigo! Y se volvió a dormir profundo, esta vez para no despertar más nunca en la Tierra, pero lo hará allá en su otra residencia, desde donde seguirá en su eterna tarea. El niño, obediente, con un dejo de melancolía, salió presuroso, con su mapire al hombro, a cumplir lo mandado. Una lágrima dulce pugnó en el iris de sus ojos, pero rápido, con el dorso de la mano y la brisa mañanera se la enjugó, dejando asomar una leve sonrisa. No dejó ni un día de cumplir su mandato, siempre animoso y silbando su tonada de flauta.La comunidad seguía creciendo, y se necesitaban mucho más corazones, pero el día casi no le alcanzaba, pese a su gran esfuerzo y entrega ¡Tengo que hallar otra manera para que nadie se quede sin recibir su corazón! se dijo, muy adentro de si mismo. ¿Cómo hacerlo? pensaba mucho. Y un día, en una tarde, oyendo el canto de las chicharras, anunciando la venida del invierno, se le iluminó su rostro, acostumbrado a la risa: ¡ya sé!, casi gritó, ¡sembraré corazones en este magnífico y ancho valle! Pensado y hecho: al terminar el reparto de ese día, guardó dos corazones como semilla, y los sembró en la tierra fértil. Como acto final, cogió un puñado de tierra y lo aventó al viento que la esparció hasta el horizonte. El alba y la aurora, hermanada, recogieron el polvo esparcido, y lo metieron en el inmenso saco del Sol, repleto ya de luz, rocío y arco iris, listo para el reparto diario a todo el Universo. Y así lo hizo el Sol, esta vez acompañado de la lluvia que le trajo el viento. Y es así, como el arcoiris surca el cielo después de cada lluvia iluminada y atravesada por la luz del sol... Y esta vez el sol abrió su gigante saco, y todos: polvo, luz, rocío y arcoiris, junto a la lluvia, en torrente benefactor, cayeron sobre el valle sembrado, que se llenó de alegría con el canto de los pájaros, celebrando el magnífico suceso. Y entonces, como milagro, la tierra multiplicó los corazones en un fruto nuevo, hermoso, nunca conocido. En algaraza bulliciosa, los pájaros, en concierto con las chicharras y las lombrices de tierras, lo bautizaron ¡Patilla! Y así nació este maravilloso fruto, en otros lugares llamado Sandía, que ahora, unido a las aguas de manantiales, servirá desde entonces para calmar la sed de los hombres, y endulzar su gusto. Y toda la gente vino a recogerlas ante la mirada alegre y complacida del niño. Y desde ese entonces fue alimento apetecible, y el recuerdo del abuelo viejito quedó perdurable en el tiempo. Y por eso, la fruta Patilla o Sandía, es por fuera verde como el verdor de la naturaleza Y por dentro, como la sangre de los corazones, roja, con semillas negras chispeantes de luz. Y cuando nace, brota abundante, para que alcance a todos los hombres. Y todos, naturaleza y hombres, fueron felices…

Yo/
¡hombre!/
también cántaro/
roto/

¡Y niño!/
y flor nací/

Y hoy/
¿por qué no llegué/
como tú?/

Mañana…/
primavera/
otoño/
verano/
invierno…/
y primavera/
otra vez/
¡yo seré!

¿me oyeron?
¡yo seré!/
¿me oyeron?/
¡yo seré!

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