sábado, 26 de mayo de 2007

LA VIDA QUE HOY TENEMOS


¿Cómo se da la vida en el planeta Tierra?

Sus manifestaciones son diversas. Y se desenvuelven en un hacer de ocupaciones de infinita variedad. El mundo vegetal y animal –incluido en este último el del hombre- son sus grandes escenarios. Y dentro de cada uno de estos mundos la vida entre el asombro y la fantasía se va arquitecturando. Y sus formas, como brotando de las manos mágicas de un ingeniero, se esparcen por todo el ámbito terrestre. Y cada quién ocupado en lo suyo, sin invasiones –en general- indebidas entre si. Una ocupación global pero diversa que expresa, explica y justifica sus existencias y vidas variadas. Es el fundamento de la belleza, y a la vez, su propia materialización. ¡Que magno esfuerzo el de la naturaleza! ¡Que gigante y hermoso el tiempo invertido en esta construcción! Y todo a partir de una estructura simple: la síntesis del asombro.


 


¿Y cuál sería la finalidad básica de esta global vida? El fenómeno del nacimiento a todos nos trae a este mundo. Y este nacer se lleva a cabo solo para que se cumpla la asombrosa, maravillosa y fantástica misión del vivir: ¡el acto hermoso del vivir! Y por este origen y finalidad común estamos profundamente hermanados, interrelacionados. Y por ello, es una obligación ineludible garantizar este vivir para todos los seres vivos. Así el nacer tendría pleno sentido y justificación. El humano está obligado a tener conciencia de esta realidad, la cual se da independiente de su voluntad. Y esta conciencia le dicta adoptar una actitud de respeto y preservación por esta forma en que se da la vida.

Pero en la historia del planeta Tierra, este vivir -diferenciado en cada ser vivo de acuerdo a imperativos de “leyes” natural-universal-, unos lo cumplirán a cabalidad. Y otros, a comienzo, lo harán a medias. Y luego, a medida que avanza el proceso de la vida, lo harán restringiéndolo, hasta llegar, prácticamente, a negar este vivir. Los primeros son los vegetales y animales –sin el hombre- Y los segundos, precisamente, son los hombres -la especie humana-, quienes por mandato de las “leyes” del desarrollo biológico, están llamados a convertirse en la “vanguardia” en el accionar de la “materia viva” para su libre y feliz desarrollo. Y por tanto, les correspondería un papel determinante y transformador en la vida del planeta Tierra. Para eso, la evolución natural de esta “materia viva”, le otorgó el privilegio de la inteligencia. También este hecho debería ser de conciencia profunda en el hombre.

Entonces, en ese mundo animal –sin el hombre- y vegetal, la vida se abre en toda su potencialidad bajo formas maravillosas. Tan simples que ni siquiera necesitan explicaciones largas. Su cómo, por qué, para qué viven, quedan bellamente explicado y justificado en sus propios actos ¿Cuál sus oficios? ¡vivir! ¿en que invierten su tiempo? ¡en vivir! Y no solo vivir como individuo, sino también, como colectivo, a nivel de especie: viven, y viviendo, crean nuevas vidas, perpetúan la especie. El vivir ocupa toda su dimensión existencial en el escenario de la naturaleza.




¿Y los humanos? En su historia, -en este tiempo contemporáneo-, está a la vista su hacer y sus resultados. Un balance, que hasta el presente, expone un sentido y una dirección contraria a este vivir. La forma de vida del mundo humano, entonces, entra en abierta contradicción con la de los mundos animal y vegetal. Y en general, contra toda la vida-existencia del planeta Tierra y de las “leyes” del Universo. Y así ha venido desarrollándose.


¿Y el niño? Pese a este tiempo, y contra él, el niño viene dejando impresa -e irreconciliable con esa historia- su indeleble “huella” para señalar el camino que el hombre estaría obligado a seguir: el qué, el cómo y el para qué de la misión que debería cumplir. El hombre puede dejar o tomar este camino que el niño en su corto vivir le señala. Hasta el presente este hombre la ha venido desechando. Pero el nacer de niños insiste, seguirá tercamente, persistiendo en este camino.

Ciertamente, con el niño –como el animal y vegetal- el ¡vivir! se cumple a cabalidad. Y hoy, constituye la gran esperanza de la “materia viva”. De manera que el hombre, este vivir, como misión sagrada que le corresponde en la Tierra, empieza cumplirla cuando es niño. Y comienza su realización en una dimensión de verdadero amor, solidaridad y de alegría. Y lo hace con el instinto natural de preservar y asegurar la existencia de la especie humana, y con ella, la de la propia Tierra. Y ya sabemos que la naturaleza nos dota de razón, de la inteligencia. Es nuestro rasgo distintivo con lo vegetal y mero animal. Y en los niños, este privilegio, esta “herramienta”, es utilizada con asombrosa sabiduría, y la despliegan en toda su extensión maravillosa.

Ahora, ¿siempre será así? No… ¿Y en qué se convierten los niños? Muchos -la gran mayoría-, su camino, más adelante, se les trunca: este tiempo se lo cierra, aunque se resisten, y en muchas partes se les ve que luchan por impedir que su condición no desaparezca. Y solemos oír la frase: “se convierten en hombres”, y desde ya se desliza la idea: ya no son niños, ¡dejan de serlos! Arriban a otra etapa psico-biológica, -la de adultos-, a otro tiempo, donde ejercer el amor, la solidaridad, la alegría, el trabajo productivo, se convierte en una tarea sumamente difícil.

Y no digamos en la del viejo, del abuelo, quién –una gran mayoría- en algún banco de alguna plaza pública o en una mecedora “prestada”, con su carga de tiempo a cuesta, “rumiará” los años de vida que –con suerte- logra acumular. Un viejo, un abuelo, que antes que preferir vivir, muchas veces desea la muerte para que su cuerpo y alma logren “descansar en paz”.

Y así es este tiempo: una realidad dolorosa y antihumana. El concepto “las mayorías sociales” es el “compendio” de esta realidad, la cual, hoy define el cómo se vive en la actual sociedad humana. Una sociedad que vive por y para la violencia en sus más variadas manifestaciones, mientras que “minorías sociales”, elites de hombres, enriquecidos de poder y bienes materiales, se constituyen en los dirigentes –caudillos y/o “Mesías”- y perpetuadores de este mundo, frente a una pobreza y miseria que amenaza seriamente cubrir todo el hábitat terrestre. Y hay que decirlo de una vez: esta pobreza, de grandes poblaciones humanas –entre ellas, millones de niños-, constituye hoy el principal y verdadero gran problema mundial, mucha más que el del terrorismo y la guerra. Pero esta pobreza, junto a la institución de la mentira-engaño, al terrorismo y a la guerra, nos ofrece el retrato vivo, exacto, de lo que es el actual mundo en que vivimos. El tipo de vida que hoy puebla la Tierra.

Pero también sabemos que no siempre será así. Y habrá que seguir luchando para cambiarla. Y algún día ese ejemplo de la simple oruga trasmutándose en mariposa, del molusco en caracol, será, en un tiempo no muy lejano, el Hacer humano, la norma de la constitución de las “naciones” humanas en una sólida humanidad. Y esta magna tarea se empieza desde el niño. Y su propio nacimiento es la primera gran aportación. Y ahora, se hace frecuente la noticia: ¡nacieron morochos, trillizos, quintillizos!, como señal que su "amenaza" contra este tiempo va muy en serio.



Entonces, arribado ese momento, esa Humanidad, los niños podrán siempre ser niños en cualquier etapa de la vida humana. El joven, el hombre-adulto, el viejo-abuelo, también lo seguirán siendo: el niño será el común denominador. Un tiempo donde el niño le esperará una edad de abuelo con existencia plena, un niño convertido en abuelo sin “resabios”, sin “mascar” frustraciones ni sufridos recuerdos. Y entonces, el amor, la solidaridad y la alegría, serán los nexos entre los seres humanos. Y de éstos con la naturaleza –la Tierra-, que podrá continuar su existencia bajo el ejercicio de sus particulares “leyes”. El oficio vivir, de verdad, será restablecido.




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